Los cineastas de la Nouvelle Vague velaron sus primeras armas como críticos en el seno de la revista Cahiers du cinéma. Allí forjaron su concepción del cine, inventaron la política de los autores y se adiestraron para lanzarse a la aventura de la dirección. Sea como fuere, si algo defendieron con ahínco fue el cine norteamericano de la época clásica, hasta entonces considerado un simple pasatiempo de masas, cuando no un mero instrumento de dominación ideológica. El encuentro entre esas dos posiciones, la voluntad de revolucionar el panorama cinematográfico de la época y la intención de hacerlo a partir de la herencia hollywoodiense, parecía en principio imposible, pero poco a poco se fue revelando como una de las apuestas culturales más fructíferas del siglo XX. Y de ahí surgió una línea sucesoria que este libro explora minuciosamente a través de los textos originales y, de paso, reevalúa desde la perspectiva que han aportado los años transcurridos: de Chaplin a Chabrol, así como de Grifitth a Truffaut, o de Hitchcock a Rohmer, hay un hilo conductor que salvaguarda una manera de mirar el mundo. O, dicho de otro modo, una nueva cinefilia que marcó toda una época, por mucho que hoy se vea cuestionada desde diversos frentes.