Julio Cortázar tuvo una única experiencia como profesor universitario y fue en la Universidad Nacional de Cuyo. Antes, había sido docente en el nivel secundario y ni siquiera en las cátedras de literatura. Por eso, cuando lo designaron en 1944, le escribió con entusiasmo a una amiga: Piense usted íes la primera vez que ense ño las materias que yo prefiero! Es la primera vez que puedo entrar a un curso superior y pronunciar el nombre de Baudelaire, citar una frase de John Keats, ofrecer una traducción de Rilke.La sociedad argentina atravesaba una etapa particularmente convulsionada. Las universidades se debatían en medio de presiones políticas y de enfrentamientos ideológicos. La de Cuyo, recién creada, no fue una excepción y Cortázar protagonizó esas peripecias: lo eligieron consejero académico y participó de la toma de la sede universitaria en los días previos al 17 de octubre de 1945. Casi tres décadas más tarde, las amistades duraderas y los recuerdos entrañables que dejó su breve paso por Mendoza lo impulsaron a regresar a esa provincia.Jaime Correas reconstruye minuciosamente ese tiempo intenso y conflictivo que le tocó en suerte al joven profesor, cuando su propia escritura estaba en ciernes y lo subyugaba el deseo de transmitir su amor por la literatura, en esa tierra de la que siempre guardó en su memoria el perfume del aire nítido y el rumor de las acequias.