Once años después de la publicación de Relato de un cierto Oriente, Milton Hatoum retoma los temas del drama familiar y de la casa que se deshace. El enredo esta vez tiene como centro la historia de dos hermanos gemelos Yaqub y Omar- y sus relaciones con la madre, el padre y la hermana. Viven en la misma casa Domingas, empleada de la familia, y su hijo, un niño cuya infancia está moldeada justamente por esta condición: ser el hijo de la empleada. Dos hermanos es la historia de cómo se construyen las relaciones de identidad y diferencia en esa casa. Pero el lugar de la familia se extiende al espacio de Manaus, el puerto en la margen del río Negro: la ciudad y el río, metáforas de las ruinas y del paso del tiempo, acompañan la andadura del drama familiar. El narrador busca la identidad de su padre entre los hombres de la casa, entre los restos de otras historias. Intenta reconstruir los cascotes del pasado, ora como testigo, ora como quien oyó y guardó, mudo, las historias de los demás. Desde su rincón, ve personajes que se entregan al incesto, a la venganza, a la pasión desmesurada. En un juego de inventar la memoria, intenta transformarla en punto de convergencia del pasado. Su habla nos muestra a Halim, el padre, siempre a la espera de la decisión más acertada frente a los abismos familiares: la desmedida dedicación de su mujer al hijo preferido, Omar; el trauma de Yaqub, el hijo que, adolescente, fue llevado a separarse de la familia; la relación amorosa entre Rânia y sus hermanos. De Domingas, lo que nos dice es que ésta es una mujer que no tuvo elección. En Dos hermanos los conflictos están alimentados por la red de entredichos en el interior de la familia, y solamente cuando pasaron más de treinta años, cuando casi todos ya están muertos, el narrador parece motivado para mirar hacia ellos.