A lo largo de la historia del arte, los períodos de transición se han caracterizado siempre por un notable incremento en la producción teórica de los artistas, cuyos argumentos se convertían así en una de las fuentes más seguras para explicar el porqué de esas crisis, sus orígenes y su proceso de desarrollo. La ruptura con los sistemas de representación tradicionales que en torno a 1900 emprende la vanguardia artística constituye, por la brusquedad y radicalidad con que se llevó a cabo, un magnífico ejemplo: manifiestos, cartas, declaraciones, panfletos, tratados y testimonios de todo tipo pretender dar cuenta de las razones que animaban a sus ejecutores, y esgrimen los argumentos con que las distintas facciones de la vanguardía histórica se opusieron entre sí o establecieron alianzas frente a enemigos comunes. Explicar y combatir son los dos objetivos principales que la vanguardia persigue en sus escritos; escritos que día a día nos van descubriendo aspectos mal conocidos o prácticamente ignorados de la historia del arte moderno, pues esos mismos escritos son también día a día rescatados del olvido en que estaban. No hace apenas diez o quince años, el número de manifiestos y textos programáticos de la primera vanguardia, recogido y difundido por las antologías al uso, era todavía muy restringido; hoy, por el contrario, las reediciones de libros y revistas que habían llegado a ser auténticas rarezas bibliográficas, así como la historiografía artística más reciente, han puesto ya a nuestro alcance un volumen casi desmesurado de documentos, donde resulta fácil perderse.