Tras un viaje errático en que perdió su equipaje y se equivocó de tren, Nietzsche llegó a Turín y comprendió inmediatamente que en esta ciudad se encontraría plenamente a gusto. Quedó fascinado por la vista de los Alpes y por la organización de las calles que parecían "perderse en las montañas". Disfrutó de los bellos pórticos que permitían largos paseos sin exponerse a la lluvia y frecuentó las salas de música, los cafés y las heladerías. Nietzsche se instaló en una habitación modesta y comía en las fondas más sencillas, al tiempo que trabajó intensamente en tres de sus obras más importantes: Ecce homo, El crepúsculo de los ídolos y El anticristo. Situándose en la ciudad de Turín, Chamberlain sigue con profunda simpatía los pasos de Nietzsche por calles y plazas y reconstruye su mirada, su entusiasmo y sus estremecimientos en el puente sobre el río Po o en las funciones de la ópera Carmen de Bizet. En las cartas del filósofo, encuentra los reflejos de sus vivencias y sufrimientos másíntimos y de sus heroicos esfuerzos por no sucumbir ante los síntomas de su enfermedad. Partiendo de las circunstancias del año 1888, la autora vuelve una y otra vez atrás, a otras épocas de la vida de Nietzsche, para iluminar sus conflictos amorososy su obstinada oposición contra la figura y la música de Wagner. También muestra las líneas maestras de sus inquietudes filosóficas y cómo se reformulan en sus últimas obras. Éstas no nos revelan nada sobre supuestas ideas precursoras de la ideología nazi. Chamberlain logra probar a través de cartas y pasajes de textos que Nietzsche, lejos de ser un demonio temible, era un hombre atormentado y cariñoso, que asumió con valentía su soledad como precio de su rebeldía contra la mezquindad intelectual y de su compromiso incondicional con una verdad difícil de soportar por sus coetáneos.