A lo largo de toda su vida Denis Diderot mantuvo una pasión por el teatro que lo llevó a escribir tres obras de un género nuevo que rompía con la grandilocuencia de los clásicos consagrados del siglo xvii, y también a interesarse por el mundo interior de la escena: la estructura de las salas, la formación de una nueva clase de espectadores y el oficio y la técnica del actor. La Paradoja sobre el comediante, escrito cuando el espontaneísmo, el énfasis y la exhibición desaforada de las pasiones dominaban la escena, es el más vivo y actual de sus escritos sobre teatro; predica en él la vuelta al arte del comediante visto como fruto del trabajo, de la observación de uno mismo y de las formas de expresar los sentimientos en la vida cotidiana; y pretende hacer del actor un ser capaz de crear una «verdad», una «ilusión» que sólo puede lograrse mediante el dominio de los recursos interpretativos con que el actor puede convertir lo simplemente natural en naturalidad artística. Dos actrices, Mme. Riccoboni y Mlle. Jodin, fueron destinatarias de cartas en las que Diderot aconseja sobre la forma de interpretar, denuncia defectos, advierte detalles y corrige incluso pautas de conducta. El conjunto de la Paradoja y las Cartas a dos actrices –éstas aparecen por primera vez en español– constituye una lección sobre el arte y el artificio del teatro, y sobre los puntos de partida del actor a la hora de aprender los recursos de su oficio.