Generalmente pensamos que los miembros de sectas son desequilibrados mentales o inadaptados que viven en lugares remotos, como los infelices devotos de Jim Jones y David Koresh. Nos quedamos tranquilos porque creemos que estos fenómenos se hallan muy alejados de nuestra vida cotidiana. Pero esto no es cierto. Se estima que en las dos últimas décadas tan sólo en Estados Unidos han ingresado unos veinte millones de personas en sectas, y existen alrededor de cinco mil sectas que están trabajando para reclutar nuevos adeptos. Con frecuencia, una secta se enmascara como empresa u organización legítima. Cualquier persona, con independencia de su edad y nivel económico puede caer en la trampa de las estrategias seductoras de las sectas. Durante períodos de cambios de vida traumáticos, por ejemplo, las personas pueden ser especialmente vulnerables a esas manipulaciones mentales; un estudiante universitario alejado por primera vez del hogar, una viuda que trata de superar su soledad, un ejecutivo trasladado a una ciudad desconocida. Hay personas que simplemente son víctimas de engaños y mentiras, pero que reciben unos lavados de cerebro que les impiden luego separase por su propia fuerza. Pero igualmente importante es comprender la fascinación que ejercen ciertos tipos de promesas, el carisma de los líderes y la anulación de la propia voluntad en algunas personas.